«En una excursión a la que fui con niños de 4 y 5 años, llegamos a un fantástico parque infantil rodeado de árboles. A todas las criaturas les faltó tiempo para salir corriendo. Menos un niño que se sentó en un banco, mientras miraba la escena:

—¿Estás bien? ¿Por qué no vas a jugar con los amigos? —le pregunté.

—Porque el tobogán es muy alto y me podría caer y en los columpios me pueden dar una patada y en la fuente hay mosquitos que a lo mejor me pican, pero en la mochila llevo una crema por si acaso.

Estaba claro que la respuesta a mi pregunta de si estaba bien, era que no. Ni de lejos. «

Cuando amas, sufres. Necesitas saber que la otra persona está bien, que no corre peligro, que nadie puede hacerle daño. Nos encantaría envolverla en plástico como si fuera una maleta en medio del aeropuerto. O meterla dentro de una burbuja, que es más ecológico. Pero este sufrimiento no es tan inocente como parece, porque nace de tres conceptos: el miedo, el control y la falta de confianza. ¿Recuerdas cuando no había móviles? Sí, un poco después de que el ser humano descubriera el fuego ;). Muchas criaturas ni siquiera tenían reloj. Llegaban tarde porque jugaban por la calle, charlaban o se quedaban embobados mirando escaparates. No digo que las madres —que eran las que esperaban en casa— no sufrieran, pero seguro que no inventaban ni la mitad de películas que imaginamos ahora. Confiaban en que llegarían a cenar, en que sólo estaban haciendo lo que hacen todas las criaturas del mundo: jugar.

El problema radica en que nuestro sufrimiento les hace de espejo. Las criaturas crecen confundiendo el sufrimiento con otros conceptos como la precaución o incluso el propio amor. El niño de la excursión no quería hacer sufrir a su madre, a pesar de que ella ni siquiera estuviera presente. Le habían hecho creer que el mundo es un lugar peligroso en el que más vale no moverte demasiado para no lastimarte. Cuando le conté a su madre lo que había pasado en el parque, se puso a llorar. Ella quería ver a su hijo feliz, jugando arriba y abajo como lo hacían los demás. Pero el miedo a que le pasara algo era superior a ella, y sin querer, le estaba traspasando esa responsabilidad a su hijo. Varias veces me he preguntado: ¿Puedo amar y no sufrir? Siempre me he acabado contestando que sí y que no. Como dice la frase que se le atribuye a Buda, «el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional», he verificado que el sufrimiento se puede reducir considerablemente. El sufrimiento crea una rueda diabólica en que haces culpable a la otra persona. «Sufro porque tú me haces sufrir». Pero la realidad es que el sufrimiento es nuestro y de nadie más. Es nuestra opción oírlo o abandonarlo.

El sufrimiento es un acelerador de pensamientos que nos activa el cerebro como si fuera una centrifugadora. Quedamos atrapados por ideas inventadas (porque no tenemos ninguna certeza de que estén pasando), que nos hacen entrar en una rueda enfermiza como hámsteres enjaulados. Y qué difícil es salir de la jaula. Incluso cuando sabemos que están bien, que no ha pasado nada grave a pesar de haber llegado una hora más tarde, les soltamos el listado de todas las desgracias que hipotéticamente podían haber pasado. ¡Pero qué nos pasa! Necesitamos demostrar cómo hemos sufrido, porque ello es sinónimo del gran amor que sentimos por nuestras criaturas. ¿Seguro? La preocupación tiene sentido, pero ir más allá tiene que ver con la herencia que hemos recibido en casa y el dolor vivido en nuestra propia historia. Este dolor nos ha coartado la libertad de ser, y ahora sin querer, estamos haciendo lo mismo a nuestras hijas e hijos. Si no les podemos ahorrar el dolor, como mínimo ahorrémosles el sufrimiento.

Recuerdo una frase que oí a menudo de pequeña y que llegó a formar parte de mis creencias (por fortuna ya eliminada): «Mírala, no sabe ni dónde están sus niños, y ella tan fresca. Hay mujeres que no deberían tener hijos». Era evidente que nunca oí la misma frase poniendo como sujeto un padre. Crecer con la idea de que el amor y el sufrimiento son dos conceptos que se retroalimentan, es terrible. Sufrir es imaginar un futuro que no queremos. ¿Por qué entonces nos recreamos en él? Porque su origen está en la impotencia de una circunstancia que desearíamos fuese de otra manera. Empezamos a caer en la trampa cuando son pequeños y se marchan a sus primeras colonias, y acabamos durmiendo una media de dos horas porque tienen la costumbre de cerrar todas las discotecas. El sufrimiento crea adicción, y como toda adicción, nos consume y nos hace invisibles. Dejamos de ser nosotros para dejar que sea el miedo quien tome nuestra voz. No nos reporta ningún beneficio, ni a nosotros, ni a las criaturas, pero lo llevamos tan arraigado, nos hemos creído tanto eso de que no se puede amar y no sufrir, que nos dejamos envenenar en silencio. Tened en cuenta que los niños crecen y con ellos los miedos se hacen cada vez mayores. La vida está llena de riesgo porque estamos constantemente tomando decisiones. Ellos merecen tomar las suyas propias, no las nuestras.

Cuando comprendí que este camino sólo me llevaba insomnio y dolor de cabeza, empecé a practicar un sencillo ejercicio. Consistía en entrenar el cerebro para que me avisara cuando entraba en un pensamiento-bucle. Primero lo detectaba con señales fisiológicas como las manos frías, palpitaciones o no poder dormir. Y luego en hacer cada vez más cosas automáticamente sin ser conscientes de lo que hacía. Una vez el cerebro me hace saltar la alarma, cojo el pensamiento y lo aíslo. Por ejemplo «debería haberla acompañado a comprar, en lugar de que fuera sola». Entonces me pregunto «¿Esto está pasando? ¿Tienes la certeza de que esto es real? ». En el 99 €% de los casos la respuesta es no. Estoy inventando un futuro. Acto seguido continúo con un «¿Quieres que esto ocurra?». El NO aquí es taxativo. A partir de ahí me centro en lo que sí quiero, y creo una imagen donde veo entrar a mi hija, feliz y sonriente, por la puerta, contándome toda una aventura del camino al súper. Su primera aventura.

Debemos educarles en la responsabilidad, en el aprendizaje de un criterio propio. Debemos confiar en su sabiduría interior, en su inteligencia creativa para encontrar una solución a lo que les pase. No digo que siempre la solución nos guste, pero tenemos que sentir orgullo de que sepan cómo enfrentarse a las circunstancias. Los tenemos que liberar del peso de nuestro propio dolor. ¿Cuántas cosas escondimos a nuestras madres y padres para qué no sufrieran? ¿Era mejor esta opción? Deben saber con qué estamos de acuerdo y en qué no, y argumentarlo, y poner las condiciones que sean necesarias, pero no podemos vivir por ellos. Bastante tenemos con una vida, como para vivir dos. Y si a pesar de confiar un día caen, estemos allí para recoger amorosamente los pedazos, no para sacar la caja de los reproches. Las criaturas aprenden más de lo que sentimos y no decimos, que de lo que todo el día decimos sentir.

Uno de los motores de la vida es la alegría y su combustible es la confianza. Confiar en que pase lo que pase, con sufrimiento o sin él, se sentirán queridos por haberlos dejado ser como son.

Foto gentileza de Nick Fewings en Unsplash