“Volvíamos a Addis Abeba para la adopción de nuestra segunda hija. Pero esta vez lo hacíamos acompañados de nuestro hijo. Para poder realizar el viaje, nos fuimos a poner las vacunas de rigor, que eran unas cuantas. El médico que nos atendió estaba en una pequeña consulta sin ventanas, ni cuadros, ni estanterías. Era una sala fría y aséptica.
Al salir, mientras esperábamos el ascensor, el niño se puso a llorar. Yo le abracé pensando que era por el dolor de las inyecciones, pero me miró y me dijo:
—No es por las vacunas mamá, es por este señor que estaba muy triste y me ha dado pena.
Yo me sentía tan incómoda en ese cubículo que apenas vi al médico. Un hombre que hablaba bajo, no sonreía y que arrastraba las palabras como si le pesaran. Un pequeño de ocho años había escaneado su alma a través de la bata blanca”.
La bondad no se puede imponer. Tampoco puede fingirse. Fluye o no fluye. Si no la sentimos, no podemos mostrarla a los niños. Repetir diez veces al día «debes compartir los juguetes con tu hermano», no nos hace buenas personas. Nos hace pesadas. Pero los niños no saben el verdadero sentido de la palabra porque la hemos pervertido. “Pórtate bien, sé buen niño”. “Duerme toda la noche, es una niña muy buena”. «Es muy buen niño, en la clase hace todo lo que se le manda». Les estamos diciendo que ser buena persona es hacer lo que toca cuando un adulto dice que toca, cumplir órdenes sin ponerlas en cuestión o molestar lo menos posible. Ser bueno se convierte en una moneda de cambio para comprar el amor y reconocimiento del otro. Un otro que para una criatura está en el vértice de la pirámide de prioridades. Los manipulamos y confundimos, y después nos sorprende que crezcan con la individualidad tatuada en el pecho.
No hay mejor forma de educar en la bondad que vivir en la propia piel sus efectos. El agradecimiento del otro da sentido a su acción. Ven la consecuencia directa y entienden el porqué aquello es importante para la otra persona. Se sienten imprescindibles, orgullosos, satisfechos. Pero esto significa que nosotros debemos tenerla integrada, pegada a nuestro ADN como una garrapata. Empecemos por el nivel 1 y poco a poco vamos subiendo para que ellos mismos quieran pasar de pantalla: sujetar una puerta para que entre un repartidor cargado de cajas, coger una moneda a una señora mayor que se le ha caído, pulsar el botón del ascensor para abrir las puertas si vemos que alguien viene corriendo o coger sólo un lápiz en IKEA porque no necesitamos más. No se trata de ir a salvar ballenas, sino que vean que en cualquier acto la otra persona está presente.
Del mismo modo deberemos revisar nuestras propias acciones. La bondad no se define con aquella frase tan utilizada “yo soy buena persona porque no hago daño a nadie”. La bondad no es pasiva. Somos buena gente porque hacemos el bien, porque a pesar de nuestro enfado, rabia o decepción con el otro, este no se convierte en una diana. Y nuestros hijos entran en este paquete. Las acciones que realizamos tienen el objetivo de educarlos, no de vengarnos de ellos, ni alegrarnos cuando sufren las consecuencias de lo que hayan hecho. Los adultos somos nosotros aunque nos pese.
En las películas y las series tienen una molesta tendencia a considerar la bondad como algo aburrido. ¿De verdad está reñida con el riesgo, la risa, la creatividad, el sentido del humor? El lugar en el que hay más alegría por metro cuadrado es en el corazón de una persona bondadosa. Las conversaciones entre Desmond Tutu y el Dalai Lama son una prueba de ello. No paran de reírse. El hastío que algunos consideran provoca la bondad, es una creencia que tiene un origen religioso desde el que se corrompió el sentido de la palabra. Se buscaban personas fieles, obedientes, que actuaran sin cuestionar ni oponer resistencia. Y qué mejor que el miedo a las llamas del infierno para obtenerlo. Parece que para ser buena persona siempre tenga que haber un malvado por derribar. Miremos con nuestros hijos las películas, preguntémosles qué piensan sobre los personajes buenos, cómo los perciben, qué atributos y adjetivos utilizan para describirlos. Y después podemos darles nuestro contraste utilizando ejemplos reales.
Personalmente creo que la bondad debería incluirse en el temario de las escuelas de negocios. Las personas bondadosas evitan conflictos, lo hacen todo más fácil, se enfocan en las soluciones y los acuerdos, saben cómo cuidar a los demás, son compasivas, generan bienestar. La bondad es altamente efectiva y eficiente. No pierde el tiempo con emociones que pesan porque siempre mira hacia delante. Confía en los demás, no les teme. No hay nada más rentable. Nuestro trabajo es que las criaturas experimenten el chute de oxiticina que es hacer el bien por sí mismo, que conozcan las ventajas de la bondad de primera mano. Tengo la suerte de estar rodeada, en todos los niveles de mi vida, de buenas personas que actúan como mancha de aceite. Cuando se genera bondad no se puede parar. Quieres más.
Al principio se basa en un juego de reconocimiento, miran el bienestar que les provoca, la visibilidad, la etiqueta que les ponen como una medalla digna de las olimpiadas. Pero a medida que crecen entienden la trascendencia de sus actos. Las criaturas pequeñas suelen pedir dinero a los padres y madres cuando ven a una persona mendigando en la calle. Y lo hacen sobre todo con aquéllas con las que establecen algún tipo de conexión. Mis hijos etíopes, por ejemplo, empatizaban rápidamente con las personas negras. Pero podemos ir más allá del gesto de dar monedas. Explicar a las criaturas que cuando lo hagan, miren a la persona a los ojos y las saluden mientras sonríen. Debemos enseñarles que no se trata de dar una limosna, sino de acoger. Que tienen en su mano el poder de hacer visible a una persona. Y otro día, de esos fríos y lluviosos, compraremos un café con leche para que le traigan. Y otro les animaremos a que le pregunten su nombre. Y llegará el día en que se habrán hecho mayores, y no podrán pasar junto a nadie que pide sin verle y sonreírle. La semilla de la bondad habrá germinado.
Rousseau decía que el ser humano es bueno por naturaleza. Hobbes afirmaba todo lo contrario. Francamente no lo sé. Pero lo que sí sé es que la bondad es un ejercicio de conciencia. Y para que ésta despierte en nuestras criaturas debemos convertirnos en faros, ser los mejores referentes que esté en nuestra mano. ¿Esto garantiza que nuestros hijos serán personas bondadosas? No, pero habrán aprendido a reconocer la bondad y siempre podrán escoger de nuevo reencontrarla en su interior.
Como dijo el sabio Yoda en Star Wars:
“Abandonarte la Fuerza no puede. Constante ella es. Si encontrarla no puedes, en ti interior y no fuera tendrás que mirar”.
Foto gentileza Bee Felten-Leidel en Unsplash
Gracies Silvia !
Gran Text !
A tu, per la lectura i per treballar per la bondat