Estimada Hareg,
no te imaginas como me gusta empezar llamándote estimada. La repito lentamente, saboreándola, mientras pienso en ti. Es-ti-ma-da. Comprendo que en la etapa adolescente da un poco de vergüenza ajena oírla de tu madre, por eso la escribo, para que siempre recuerdes que te la dije.
Hoy, en el día de la mujer, necesito agradecerte una cosa y explicarte unas cuantas más:
Te agradezco desde el amor más profundo y doloroso que un noviembre de hace ocho años me aceptaras como madre. No tenías ninguna obligación, de hecho la llegada de una madre y un padre de piel descolorida no dejaba de ser una imposición. Pero tú decidiste querernos con generosidad infantil. Dicen que era supervivencia. No. El amor se da voluntariamente. Aún siento agujas pellizcándome la garganta cuando recuerdo la llegada a casa. Tu padre, tu hermano y yo, estirados en el sofá con las pestañas cargadas de imágenes de la amada Addis-Abeba, buscábamos un rincón de sueño donde abandonarnos. Y mientras tanto tú, una pequeña de ojos oscuros y piel con olor a especies, barrías el comedor haciendo bailar una escoba más grande que tú. Al mirarte no veía una niña de cinco años, sino una mujer que debía ser complaciente y obediente, pasando por encima de sus propias necesidades. Aquel gesto, que en otro contexto hubiera sido un juego, nos hablaba —más bien nos gritaba— de las condiciones de las mujeres de tu país. A pesar de los años que han pasado todavía me sobreviene la emoción.
Eres mujer y de una preciosa piel tostada en un mundo monocromático. Doble reto. Lo sé, soy consciente. No puedo ahorrarte ningún dolor, pero aunque pudiera hacerlo, demostraría quererte bien poco. Lo único que puedo darte como madre es un espejo. En él verás la imagen de todas las mujeres que te han precedido (de aquí y de allí) y encontrar tu propia fuerza, la voz que te hace única. ¿Recuerdas el libro que leíamos de Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes? Todas eran diferentes pero con un rasgo común: la voluntad de ser ellas mismas.
Vivirás circunstancias que te dejarán cicatrices, aprende de ellas para que nunca más vuelvan a herirte. Pero también habrá momentos —¡muchos momentos!— de gozo que debes atesorar con codicia. Si los vives es sin duda que te los mereces. Aprovéchalos. Y muchos de ellos vendrán de las manos de otras mujeres. Mujeres amigas, mujeres compañeras, mujeres casuales. Cuídalas y déjate cuidar por ellas. Quiero decir que seas amable, que las ayudes en todo lo que esté en tus manos, que destines tiempo a escucharlas y comprenderlas. Cuando la gota sabe que es océano, deja de tener miedo. Sí, tendrás miedo, pero si él es mayor que tú acabarás desapareciendo entre sus dientes. Aprende a detectar su olor antes de que se te eche encima y busca estrategias para asustarlo. Juntas podemos hacerlo. No dejes que piense por ti. Los otros podrán decirte muchas cosas sobre tu físico o tu manera de vestir, hacer o pensar. Unas veces te elevaran al séptimo cielo y otras te hundirán en el barro, pero nada de ello será verdad. Ni unas ni las otras. Será sólo SU verdad. Tú debes descubrir la tuya y ha de ser inalterable. Mantén la brújula bien orientada y si nunca se desmagnetiza, avísame, y juntas encontraremos de nuevo el norte. ¿Me preguntas cómo sabrás dónde está el norte? Cuando sientas unas punzadas en el estómago y un extraño ahogo en la garganta, entonces es cuando hay que volver a orientar la aguja. Pero el norte nos viene de serie, no sufras.
Quizás ya hace rato que has dejado de leerme. Me hago mayor y me alargo, tienes razón, la edad no perdona;) Pero antes de terminar quería pedirte un último favor: lleva siempre la alegría dentro de tu bolso. Tú no lo sabes, pero me salvaste de mi tristeza. La luz de tu alegría era tan fuerte que me cegó, y tardé demasiado en comprender que era mi resistencia a ser feliz. Sí, es retorcido, pero a veces quedamos prisioneras de las circunstancias y las culpamos de todo lo que nos pasa. Pero la tristeza era mía, yo la había cogido en el camino y yo podía dejarla. Tu entusiasmo por la vida me devolvió mi norte. Me harían falta muchas vidas para agradecértelo.
Tú eres uno de los grandes regalos que me ha hecho la vida. Sólo con trece años ya se intuye la gran mujer que habita en ti a punto de desplegarse. Y no sabes el orgullo que siento de tenerte junto a mí en un día como hoy, andando juntas compartiendo un sueño de igualdad. Hagamos un pacto, ¿Te parece? Avísame si en algún momento mis palabras o mis acciones no trabajan en favor de este sueño. Podría pasar. Las creencias tienen unas raíces profundas y viscosas. Yo haré lo mismo por ti. Leeremos, miraremos series y te acompañaré a comprar ropa, como he hecho siempre, pero no dejarás que nada de esto te convenza nunca de lo que no eres. ¿Me lo prometes? Hazlo también por tu hermano. Necesita vivir y ver en casa mujeres con valores feministas que le ayuden a comprender nuestra realidad y a luchar también por ella.
Lo sé, lo sé, me estoy haciendo pesada, ya termino. Confío en ti, en tu talento para vivir con alegría siendo feliz y haciendo feliz. Por eso no tengo miedo, porque tú me has devuelto la confianza.
Solas somos fuentes, juntas océanos.
Te quiero
Deja tu comentario