«Hablando por videoconferencia con una amiga que no tiene criaturas:

—No paro de trabajar ni un solo minuto de cocinera, animadora infantil, pastelera, servicio de limpieza, monitora de fitness, maestra, gestora, payasa, cuentacuentos, ludotecaria, educadora de comedor, transportista… Mientras hago malabares con el ordenador y el móvil.

—Chica, qué estrés, pero con tanto trabajo, ¿Cuándo haces de madre?

Silencio incómodo. No sé si colgarle ahora mismo el teléfono o guardarme un abrazo gourmet para cuando la vea. «

Momentos complicados. A todos los niveles, pero sobre todo emocional. Nuestra realidad ha quedado patas arriba. Parece que vivimos en una dimensión paralela donde todo es conocido y extraño a la vez. Los niños nos hacen preguntas a las cuáles nos encantaría tener respuesta. Estamos a ratos cansadas, divertidas, enfadadas, felices, sorprendidas o tristes como si no hubiera fronteras entre las emociones. Cambiamos rutinas y construimos de nuevas. Las viviendas se han quedado pequeñas, aunque estamos aprendiendo a transformarlas. Los espacios individuales, los pocos que teníamos, han pasado a ser colectivos. Pero al mismo tiempo estamos recuperando y descubriendo otros momentos, que aunque quizás duran poco, nos inundan con una pizca de felicidad. Stop. Paremos aquí la cámara. Sintamos el bienestar que nos aporta la imagen de la risa compartida, el instante en que el hermano mayor ha dado un beso a la pequeña, cuando nos ha dicho que quería que el mundo fuera siempre así para tenernos a su lado o cuando el adolescente desconocido que vive en casa nos ha pedido si podíamos hacer algo juntos. La educación nos aporta cosas maravillosas si decidimos que así sea. Sé que a priori parece un disparate en un momento de cansancio compartido, pero las circunstancias varían cuando les damos nuevos significados, aprendiendo a desenfocar y enfocar de nuevo.

Estas semanas, escuchando madres confinadas, confitadas y confiadas, he percibido que hay tres temas centrales que sobrevuelan por encima de la mayoría:

    1. Sentirnos culpables porque las criaturas ven más pantallas que nunca, porque nos sentimos desbordadas en lugar de tener más paciencia cuando más falta nos hace, porque tienen que hacer deberes y no podemos estar todo el tiempo que querríamos con ellos… Y una serie infinita de autorreproches en que las mujeres somos especialistas.

Cada vez que un pensamiento de culpabilidad nos asalte a la yugular, hagámonos 3 preguntas: ¿Soluciona el problema? ¿El mero hecho de Imaginarlo ya me angustia? ¿Mi angustia tiene una utilidad para alguien del mundo mundial? Si la respuesta es NOSÍNO, sólo nos queda un camino: cambiar de dirección y enfocar la mirada desde la frente, no desde la nuca. Sentirnos culpables nos perfora un agujero sin fondo en medio del corazón. No nos podemos permitir fugas de energía ni ahora ni nunca, por el simple hecho de que nos hacen sufrir. Es absurdo compararla con otras situaciones. Las circunstancias son extraordinarias, por lo tanto el qué y cómo lo hacemos también. Y esto también es educar. Les estamos enseñando que deben ser flexibles porqué la vida es incertidumbre en estado puro, y la adaptación y la flexibilidad son valores fundamentales para disfrutar de la vida, como explica Àlex Rovira en su libro La Buena vida. Y por el camino recordemos que somos su madre o su padre, no la maestra, ni la piscóloga. El nuestro no es un trabajo profesional sino emocional y de acompañamiento. Centrémonos en lo que somos y confiemos en nuestros hijos.

2. El hecho de perder espacio y tiempo personal está contribuyendo a saturarnos con más facilidad.

Recuperar parte de tiempo y espacio para nosotras es fundamental, porque es un alimento interno y si no nos nutrimos no arrancamos. Si nosotros no estamos bien, nuestras criaturas tampoco lo están, porque interactuamos con ellas desde el cansancio, el enojo o la indiferencia. Debemos tener unos minutos para escucharnos, para no perdernos a nosotros mismos en medio de sus demandas. Las criaturas son chupadores naturales de energía (por ello aguantan mejor el confinamiento) y necesitamos ir recargándola. En este momento no nos fijemos tanto en la cantidad como en la calidad y que sea sencillo para poder hacerlo en cualquier momento. Esto implica por nuestra parte un cesto de creatividad. Puede que nos pida levantarnos antes para disfrutar del silencio (siempre sanador) mientras saboreamos un café humeante, hacer la siesta cerca de una ventana donde dé el sol primaveral o aprovechar mientras las criaturas realizan una actividad para hacer nosotros otra diferente a su lado que nos ayude a relajarnos (un puzzle, jugar a un solitario, pintar con lápices de madera, hacer un collage o saltar a la comba si ya no podemos más).

3. Parece que hayan perdido autonomía y hábitos adquiridos, están pegados a nosotros como garrapatas y no queremos ni pensar cómo lo haremos para que vuelvan al «corral» cuando todo esto termine.

Es posible que la nueva situación conlleve una involución respecto los hábitos, pero aunque no lo parezca, es una buena señal. Significa que ellas y ellos saben adaptarse a la nueva circunstancia. De hecho nos podemos sentir orgullosas de cómo están siendo capaces de contener las ganas de salir, remover la tierra, gritar, compartir y pelearse con otros niños. Y si lo están haciendo tan bien, quiere decir que nosotros tampoco los estamos educando tan mal, ¿No? Están poniendo en funcionamiento su capacidad de resiliencia. Quieren estar sólo con nosotros porque es lo mejor que tienen. Empaticemos con ellos y mientras los comprendemos, busquemos otras estrategias:

1. La mejor aliada con la que contamos es la ACTITUD LÚDICA. Las primeras beneficiadas somos nosotras mismas. Ante un problema intentemos no actuar a toda prisa. Primero debemos preguntarnos cuál es la intención de lo que íbamos a hacer. La mayor parte de las veces (y hablo por experiencia), respondemos desde el enojo, la revancha o el «pues yo más, ahora te aguantas». ¿Y cómo responden las criaturas? Atacando, claro, porque es como han recibido nuestra acción. Pero en el fondo lo que queremos no es hacerles la puñeta sino que aprendan una conducta asociada a un valor (respeto, empatía, autonomía…). Busquemos el norte en la brújula y enfoquemos de nuevo la intención, es decir, el objetivo de nuestra acción. La sensación es casi mágica, os lo puedo asegurar. Liberamos estrés y una brizna de entusiasmo aparece de no sé dónde, y lo que es mejor, la criatura responde a esta emoción que ha dejado de ser de ataque, para ser de amor.

2. Aprovechemos para observar su juego. Dejémosles jugar un rato solos, sin nosotros, mientras nos hartamos de palomitas mientras los miramos. Descubriremos que el juego simbólico es fascinante porque sale directamente del alma. Es la esencia de lo que vive el niño, sin engaños, sin filtros. Nos da información muy valiosa del momento en el que están y cuál es su estado anímico. No hay nada más sanador que el JUEGO LIBRE, porque se lleva a cabo desde el placer y la libertad. Observar con los cinco sentidos nos traerá grandes revelaciones. Los niños no necesitan que jugamos 12h con ellos, sólo saber que estamos.

3. Hagámonos la vida lo más fácil y cómodo posible (y ya nos servirá para siempre) separando lo urgente de lo importante: menús más sencillos y rápidos, muebles y espacios que faciliten el aseo (zapateros o alfombras para dejar los zapatos, colgadores, cajones grandes), tiremos todo lo que ocupe espacio y no utilizamos (menos es más) o guardemos algunos juegos y juguetes para irlos cambiando de vez en cuando renovando su ilusión.  

4. Es momento de poner nuestra manera de educar en el rincón de pensar. Aprovechemos para hacer introspección de la manera en que nos comunicamos con hijas e hijos: examinando nuestro lenguaje corporal, cómo les hablamos, cuáles son las expresiones que más utilizamos, como actuamos ante la misma situación… De manera que podamos diseñar una nueva hoja de ruta.

5. Utilicemos la sorpresa para romper la peligrosa rutina que nos hace entrar en el día de la marmota. Los fines de semana deben notar que lo son con actividades más golosas como preparar un picnic en medio del comedor, seguir una serie en familia o compartir un juego que reservamos sólo para el fin de semana.

6. Avancémonos a ellos. La educación es ensayo y error. Aquella acción que sabemos que provoca el conflicto, huyamos de reproducirla una y otra vez. Pensemos maneras diferentes de evitarlas o afrontarlas. Imaginémoslas primero en la mente tal y como nos gustaría que pasaran.  

7. Acompañemos sus emociones y vigilemos las nuestras. Pongamos también en cuarentena lo que sentimos. ¿Es miedo, estrés, angustia, tristeza? ¿Nada de todo ello? Sin duda todo este embrollo se los pasaremos también a ellos. Nuestro miedo será también el suyo, vigilemos lo que les decimos. No quiere decir que tengamos que reprimir lo que sentimos, pero sí somos responsables de lo que hacemos con lo que sentimos. Aprovechemos para tener los oídos bien abiertos a sus comentarios. Las palabras no son neutras, esconden emociones que necesitan ser acompañadas, entendidas y no juzgadas.

8. ¿Por qué nos da miedo que se aburran? Porque nos molestan. Digámoslo claro, no pasa nada, no por decirlo dejamos de querer a las criaturas. Tenemos que reconocer que cuando se aburren nos dan la paliza, unos lloran, otros se pelean y siempre hay al que sólo se le ocurren maldades, como decía mi abuela. Pero educar pasa por darles la oportunidad de aburrirse y ser capaces de encontrar estrategias. Podemos ayudarlos elaborando un ruleta con nombres de juegos y juguetes para hacerla rodar en caso de urgencia para darles ideas o tener una caja sólo con piezas y elementos de desecho que puedan crear pequeños mundos o recuperar con los adolescentes juegos de hace tiempo (nosotros lo hemos hecho con la Wii) que los vinculen a buenos recuerdos infantiles y se reencuentren con la ilusión del juego.

9. Todo el mundo recomienda mantener unos mínimos de estructura (hora de levantarse, establecer la hora de los deberes, la misma hora de comer…). ¿Pero por qué? Pues porque nos da puntos de referencia. No podemos pretender que gestionen su tiempo sin un marco donde agarrarse. Es como hacer una carrera de montaña sin señales. Daríamos vueltas como hámsteres enloquecidos.  

10. El espacio educa y debemos hacer que comprendan (en todas las edades) que el espacio compartido debe mantener unos mínimos de orden porqué ello nos aporta bienestar. Todo el mundo se enfada cuando no encuentra lo que busca. El caos acaba comportando caos. Si todo tiene su lugar, recoger es más fácil. Ahora es momento de vaciar. Si algo estamos aprendiendo, es que tenemos los espacios llenos de objetos que nos restan energía y posibilidades de entrada de nuevas cosas (buena metáfora para todo en la vida).

Estamos cansados, tristes o abatidos por noticias que nos agobian, sobre todo de nuestro círculo personal. Pero es una situación con un final cercano. Seguro que si antes de acostarnos rascamos en la memoria para recuperar algún momento maravilloso del día (una risa compartido con los hijos, ordenar aquel maldito cajón que se nos resistía, fotos antiguas en la que los hijos nos han avergonzado…), se nos perfilará una sonrisa en el rostro. No valoremos si han durado poco o mucho. Lo que debe importarnos es el instante de bienestar que nos han aportado. Quedémonos allí un rato y sentamos su calor. Cuando todo esto acabe, nos sorprenderá ver que hemos construido nuevos y preciosos vínculos familiares.

Saldremos de este aguacero siendo familias más sabias. Cuidaros, dejaros cuidar y seguid cuidando tan bien como hasta ahora. El amor siempre encuentra el camino a casa.

Foto gentileza de Evgeni Tcherkasski en Unsplash