«Llueve a mares. La ciudad tiene más miedo de la lluvia que de un ataque zombie; todo está colapsado. Juego con diferentes opciones como buena madremalabarista: cojo el coche, no, mejor el metro y paso por el banco, a la vuelta el bus y escribo el resumen de la reunión, después recojo a la niña,… Y así un sinfín de de pensamientos. Por fin en casa. No puedo con mi alma, el aguacero me ha oxidado la energía. Mi hija de seis años me hace el resumen de su día:

—Eva me ha dado galletas porqué no me has puesto el desayuno, Susana de psico me ha dejado unos pantalones perqué no tenia los míos en la mochila y teníamos que traer una botella pero no me la has dado. Ah y hemos visto una peli. ¡Hoy me lo he pasado muy bien!

La miro petrificada. «¿Cómo he podido hacerlo tan mal? ¡Qué desastre de madre, pobrecita!». Ella me sonríe, me pone la mano en el hombro y me dice indulgente:

—No pasa nada mamá, mañana lo harás mejor.»

¿Por qué tememos equivocarnos? Porqué vivimos inmersos en la creencia de que todo tenemos que hacerlo perfecto, sino hemos fracasado. Y el fracaso hiere la autoestima. Por tanto el habernos equivocado, en el fondo del fondo, nos hace más daño a nosotros que a ellos. Probemos a cambiar este modelo mental. Imaginemos que por cada fracaso como madres o padres nuestros hijos recibieran dinero para una beca a la mejor universidad del mundo. Quizás ya no nos sabría tan mal habernos equivocado, ¿Verdad? Todos ganamos, ¿Dónde está el problema? ¡Pues exactamente eso es lo que significa equivocarse!

Nuestros errores son una fuente de aprendizaje, un espejo en el que los hijos verán que:

  • El pasado no podemos cambiarlo, pero podemos construir el futuro que se convertirá en pasado tarde o temprano. Seamos ecológicos, no malbaratemos nuestra energía.
  • El error es una consecuencia. Es la oportunidad de buscar soluciones creativas. Es un reto.
  • Sin él no podríamos corregir, por tanto crecer, por tanto ser mejores personas cada día.
  • Dar vueltas al error lo hace más grande y poderoso, pensar en la solución lo empequeñece y debilita.
  • Gracias a él podemos pedir perdón, disculparnos desde la empatía por el otro, no desde la culpabilidad.
  • El error a veces hace gracia, incluso puede provocar risas una vez pasado. Recordemos cuántas historias de errores épicos han amenizado encuentros de amigos. Reír siempre es sanador y crea vínculos.
  • El agujero que deja nuestro error, a veces lo pueden llenar ellos con una nueva responsabilidad.

Imaginemos el caso contrario, es decir, que somos los progenitores perfectos. Tenemos el record Guinness de la perfección. ¿Somos conscientes de la presión que significaría para nuestros hijos? Crecerían queriendo ser como nosotros con el miedo constante a decepcionarnos si no llegan. La perfección no es humana por una simple razón: es relativa. Seguro que entre nuestro círculo de amigos entendemos cosas diferentes sobre el mejor modelo de madre o padre. Si tenemos más de un hijo, ¿Creemos que es válido lo mismo para cada uno de ellos? No ¿Verdad? Lo que es perfecto para uno no funciona con el otro. Pero en cambio todos estaríamos de acuerdo en que lo imprescindible es quererlos y hacerles sentir queridos. Educar desde la intención del amor es una fórmula exacta.

El problema principal del error es que va de la manita de la culpabilidad. La culpa solo sirve para convertirnos en su víctima, llenarnos de miedo y paralizarnos. Educar desde del miedo es entrar en un túnel sin luz. No hay manera de encontrar el final. Es agotador. Eduquemos desde nuestra coherencia interna, no desde la de nuestro padre, la vecina, la suegra o el profesor. Dejemos de compararnos con los otros, que además tienen circunstancias diferentes. Busquemos en ellos lo que podemos aprovechar y repliquémoslo. El resto al contenedor orgánico, quitémonos peso. No podemos ser lo que no somos. Nuestros hijos e hijas sabrían que estamos fingiendo.

Nos hemos equivocado, de acuerdo, ya está hecho. Ahora invirtamos la energía en buscar otros caminos y en focalizarnos hacía el cómo nos queremos sentir. Visualicemos la misma situación desde una emoción de bienestar, de calma, de complicidades, de risas compartidas. Enseñemos a nuestro cerebro una nova ruta hacia el objetivo deseado. Hemos cogido tantas veces el camino que no queremos, que inevitablemente es el que hemos memorizado. Démosle alternativas desde el amor, no desde el miedo, y el Lobo tendrá que mudarse de cuento porqué no encontrará por ningún lado a Caperucita.

Equivócate, perdónate y aprende, y el error cobrará un nuevo sentido 🙂                                                                                                                                          

                                                                                                                            Foto gentileza de 70Rawpixel a unsplash