“Faltan seis días para carnaval. Momentos complicados en las casas con el tema de los disfraces; luchando entre lo que quieren, lo que queremos y lo que podemos. Mientras espero el autobús oigo una conversación entre una niña de unos 4 años y su madre, dirigiéndola claramente hacia un disfraz de animales.

—Quiero ir de tortuga.

—¡Qué buena idea! Tendremos que comprar unas medias y un jersey verde y… —la madre va al grano.

—Una espada.

—¿Para qué quieres una espada?

—¡Máma, te lo acabo de decir! —la niña utiliza un tono tipo “¿de verdad que tengo que volver a repetirlo?”—. Quiero disfrazarme de Tortuga Ninja. De Leonardo, porqué manda a los otros, es el jefe, ¿sabes?”.

Es evidente que tanto la madre como yo hemos reproducido la misma imagen de tortuga. Me preocupo. Gracias a la niña me doy cuenta que tortuga es una palabra femenina. Quizás las Tortugas Ninja también lo son, pero la rata que tienen por maestro (por cierto, también palabra femenina), no se lo ha dicho. Seguramente no estudió en la escuela de ratas ninguna mujer artista del renacimiento y les puso los primeros nombres que encontró.

La escena me evidencia dos cosas:

  1. El lenguaje no es neutro, crea realidad.

La igualdad empieza con la coherencia entre lo que hacemos y lo que decimos. Los niños y niñas tienen chips implantados en el cerebro que detectan nuestras incoherencias. Si les lanzamos un discurso pedagógico sobre el reparto de tareas domésticas, pero cuando nuestra pareja hombre dice aquello de “estoy ayudando a mamá”, sólo nos limitamos a sonreír, el detector pitará. Seguro. O si despertamos a nuestro hijo diciéndole “venga campeón, levántate” y a nuestra hija repitiendo “buenos días princesa, hora de levantarse”, su día será diferente. Y el detector pitará.

Revisemos qué les decimos y cómo. ¿Cambiamos el tono de voz cuando nos dirigimos a los niños o a las niñas? ¿Tenemos las mismas expectativas o esperamos cosas diferentes por el hecho de serlo? ¿Justificamos en uno lo que reprendemos en las otras o viceversa? Todo lo que hagamos para conseguir la igualdad será fantástico, pero si no viene acompañado de reflexión e interiorización, no habrá cambio. Y estos cambios tienen que darse en la familia (sí, un trabajo más, lo siento). ¿O es que creíais que las persones con actitudes machistas no fueron pequeñas y tuvieron padres y madres?

Nuestra biografía está llena de frases con las que seguro no nos identificamos, herencia de todas las madres y padres de nuestra dinastía. Creemos ser la generación que tenemos todo esto superado, pero las creencias están escondidas esperando saltarnos a la yugular. No destinemos ni un segundo en decidir si esto es bueno o malo. Simplemente es. Destinemos un día (hoy es perfecto) para revisar que les decimos a nuestras hijas. ¿Se nos escapan unos “siéntate bien, péinate, mejor ponte otra ropa…” sólo por qué son niñas? ¿Si fuesen niños les diríamos lo mismo o con la misma insistencia? Sólo es necesario imaginarlo y hacernos la pregunta. No falla nunca. ¿Y por qué pensamos eso de ellas? Porqué parte de unas creencias más viejas que matusalén. ¡Cambiémoslas! Para ello os puede ser muy útil el libro “Querida Ijeawele: Manifiesto feminista en quince consejos” de Chimamanda Ngozi Adichie. Una lección sencilla y profunda a la vez.

Y mientras educamos a las niñas para que descubran la fuerza que tienen como mujeres, sobre todo cuando estamos juntas, no podemos olvidarnos de los niños. La igualdad se construye sumando, compartiendo, complementando. Dejemos que jueguen con lo que quieran, no hagamos suposiciones sobre lo que les gustará, ni juzguemos sus gustos. Demos a unos y a otras tantas posibilidades de juego como se nos ocurran, para que experimenten y crezcan sin sentir coartada su libertad. Evitemos reproducir aquello que nos han limitado a nosotros.

Empecemos por cambiar nuestra mirada e incidir primero en nuestro contexto diario. Debemos estar a su lado viendo series, películas, vídeos musicales, redes sociales… para saber qué piensan del rol de la mujer cuando aparece en estos medios y darles contraste. No nos cansemos de preguntar y escuchar. Sólo desde aquí les podremos mostrar una realidad diferente.

“La finalidad del feminismo es que deje de existir”.

Chimamanda Ngozi

                                                                                                                   Foto gentileza de Todd-Kent a Unsplash