“Estoy sentada esperando el metro. A mi lado, dos mujeres de mediana edad, se ponen al día de cómo están los hijos como si se tratara de una competición y les fuera la vida en ello:

—El mío sacó la nota más alta de la selectividad de todo el instituto.

—La mía está haciendo ingeniería informática con unas notas brillantes.

—¿Sabes que el año pasado ganó el campeonato de remo?

—Compagina la carrera con un trabajo en una empresa muy importante.

—Habla perfectamente cuatro idiomas.

—Está aprendiendo chino mandarín.

Llega el metro y me levanto. Las dos mujeres están en silencio. Una vez han soltado la artillería pesada de los currículums filiales —sin escucharse apenas—, ya no saben qué decir. Juego a imaginar si las dos criaturas en cuestión deben disfrutar de lo que hacen o sólo están ejecutando —sin saberlo—, el éxito que hubieran querido vivir sus madres”.

Últimamente, mire donde mire, la palabra ÉXITO, asociada a la economía, los estudios, la profesión y la vida social, me salta encima como una bestia hambrienta. Y lo primero en que pienso es porque me chirría tanto cuando la leo. ¿A qué la estoy asociando? Prueba a hacer el ejercicio, lo primero que te venga a la cabeza. Es posible que estemos pensando lo mismo.

Me resulta difícil reducir el éxito a términos morales de bueno o malo. Cuántas veces el éxito alcanzado por una persona ha significado la desgracia de otra. En este caso todo me hace pensar que muy bueno no debe ser cuando es capaz de herir. El éxito que nos venden enlatado suele ser en comparación a otro, en lugar de poner el listón en nosotros mismos. Me quedó grabado un artículo que leí hace muchos años sobre varias personas superdotadas. Entrevistaba a una chica que tenía tres carreras y hablaba no sé cuántos idiomas y que por fin, después de muchas vueltas laborales, había encontrado el trabajo que la hacía feliz. Era cuentacuentos. Este era su éxito. Había sabido encontrar la propia voz en medio de las voces ajenas, escuchando su coherencia interna.

Busco sinónimos en el diccionario y me hablan de triunfo, gloria, fama, renombre, notoriedad… Ahora antónimos: fracaso, caída, derrota. La palabra no ha cambiado a lo largo del tiempo, pero sí las connotaciones que la rodean. Sigo sin sentir que el concepto sea la descripción adecuada. ¿Quiero educar a mi hijo y a mi hija para el éxito? ¿Qué éxito? Los diccionarios me salen al rescate:

  • • Definición del Instituto de Estudios Catalanes: “Modo bueno o malo de salir de alguna situación, empresa, actuación, etc.”
  • • Definición de la RAE: “Resultado feliz de un negocio, actuación, etc.”

Gracias a estas definiciones comprendo que es la voz de nuestro ego quien desea que nuestras criaturas «triunfen». Constantemente madres y padres me cuentan preocupados que sus hijos de seis años no leen bien. Yo tengo cincuenta y seguro que podría leer mejor. La mayoría hacen extraescolares «que les servirán para el futuro». Si lo pasan bien haciéndolas, adelante, pero si parece que van a un vía crucis de semana santa, ¿de verdad es necesario? Conozco demasiados adultos (sobre todo mujeres) que cursaron la carrera de piano y ahora lo odian. No se han vuelto a acercar al instrumento. Seguramente, con todo el amor del mundo, sus padres pensaron que aprender a tocarlo era una señal de éxito académico. ¿Qué pasará si un día nuestro hijo o hija nos dice que no quiere seguir estudiando la carrera, que sólo quiere encontrar un trabajo cualquiera para poder vivir y ya está? ¿Veremos su futuro destrozado? ¿Qué es lo que nos hará más daño? ¿Entra dentro de nuestros parámetros que su máxima aspiración sea «vivir»? En todas estas preguntas sólo está el NOSOTROS, porque nuestras creencias no nos dejan ver el ELLOS. Cuando tomemos decisiones sobre su futuro, deberíamos procurar hacerlo desde la perspectiva correcta. Esto sí que es todo un éxito ;)  

Los adolescentes han reducido el concepto al número de likes y seguidores. Es la realidad en la que viven, no pasa nada, pero necesitan herramientas para no dejarse absorber por ella. Lo que me preocupa es que les importe más ser seguidos en la red, que la calidad de lo que cuelgan. Ser diferente se penaliza. Confunden el éxito con ser famoso. Y ser famoso con ser millonario. Por esta razón nuestra labor educativa es fundamental, para equilibrar la balanza y mostrarles otras realidades. No hay que juzgar la suya, sólo darles contraste. Todo son semillas, confiad, la mayoría crecen si se abonan con mimo y cuidado.  

Tenemos que transmitirles, desde que son pequeños, que el éxito es caer y ser capaces de levantarse comprendiendo porque han caído. Es saber identificar el talento propio y sacar el máximo potencial. Es ser coherente y honesto con uno mismo. No importa lo que hagan, sino cómo y desde donde lo hagan.    

Por eso es imprescindible:

  • • Tener la autoestima viviendo en el ático, no en el sótano.
  • • Empatizar con los demás porque el ser humano, como decía Aristóteles, es un animal relacional y sin los otros la vida está vacía.
  • • Ser madres y padres con éxito, capaces de gobernar nuestras vidas, y no dejar que sean las circunstancias las que nos indiquen el norte. No hay mejor lección que el ejemplo.

Cuando mis hijos sean adultos, consideraré que he tenido éxito como madre si en lugar de decirme «gracias por la educación que nos has dado», me dicen «gracias porque siempre, hiciéramos lo que hiciéramos, nos hemos sentido queridos».

Alcanzarán el éxito cuando ya no lo necesiten para disfrutar de la vida.

Foto gentileza de Piotr Makowski a Unsplash